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2/8/12 Post By: Ramón Pastrano, WebMaster

La fiscal.


COSAS DE DUENDES
La fiscal

Alicia Estévez
alicia.estevez@listindiario.com

La actitud es todo en la vida. Una acción graciosa, pero muy noble y valiente, de la que fui testigo el pasado lunes en un supermercado me lo demostró una vez más. Les cuento: Estaba de compras y, como ocurre de ordinario entre amas de casa, entablé una conversación con una desconocida que coincidía conmigo en el hecho de que los panes no los suben de precio pero cada día los hacen más pequeños. Ella se preguntaba que hasta dónde íbamos a llegar señalando que en la funda donde antes metían cinco panes ahora caben diez. El intercambio de quejas mutuas fue breve y cada quien siguió su camino. Pero a la ahora de pagar nos volvimos a encontrar. Nos colocamos en fila, ella delante y yo detrás. De repente se escuchó el grito de un niño y yo volteé a mirar de dónde venía el llanto. Vi a un muchachito, como de siete años, que un hombre traía arrastrando por una oreja. El niño tenía el rostro empapado en lágrimas y gritaba desesperado tocando la oreja que el padre abusador, sí era su papá, le traía retorcida como si quisiera arrancársela. Al ver la situación exclamé, casi sin pensarlo, “Ay, Dios mío, no maltrate a ese niño”. Pero el hombre, que andaba acompañado de la mamá del pequeño, que no intervino ni dijo ni pío, y de otra niña más chiquita aún que el que lloraba, me miró desafiante, con cara de “este muchacho es mío”, sin soltarlo. En ese instante la señora que se quejó de los panes me pregunta en voz alta, de manera que todo el mundo en el área pudo oírla, “¿Qué es lo que pasa?” Le respondí que ese hombre, que estaba a unos pocos pasos nuestro, maltrataba al niño. En el tono en que ella me hizo la pregunta me dio la impresión de que podía hacer algo y así fue. De inmediato ella se le plantó delante a aquel señor tan violento y le dijo que soltara al niño, que maltratar a los hijos era un delito y que ella era fiscal y podía meterlo preso en el acto.

Que tuviera pendiente que este país había cambiado. El hombre soltó al niño, cuya oreja estaba casi negra de lo roja. Sentí una gran indignación viendo el estado en que él le había dejado la orejita del infeliz muchachito, que seguía llorando, pero me encantó cómo había cambiado la actitud del padre. El semblante se le transformó. Se puso muy pálido y desapareció la mirada altanera. Tratando de excusarse, explicó a la fiscal que lo que pasaba era que el niño insistía en que le compraran un artículo muy caro. Ella le respondió que lo que correspondía era hablarle con amor al niño, tomarlo por un brazo y hacerlo andar con autoridad pero sin maltratarlo porque –le señaló como si estuviera en una audiencia– esa violencia contra los pequeños es lo que mañana los convierte en hombres maltratadores. El niño dejó de llorar. Cuando su salvadora terminó de pagar me susurró al oído: “Yo no soy fiscal nada, pero cómo voy a dejar que cometan delante de mí un abuso así”. La cajera del supermercado y yo no parábamos de reír cuando “la fiscal” dijo que una vez le sirvió a una amiga hasta para hacer un desalojo. Cuando se iba le grité: “Adiós, magistrada”, mientras el padre abusador nos miraba, con recelo, de reojo.

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